Yo soy la doncella de la noche,
la dama de los corazones,
la señora de las mareas,
Yo soy la blanca Luna entre las estrellas.
En toda cultura mistérica, la Luna era venerada por mujeres. Ellas estaban a cargo de prácticas mágicas destinadas a fomentar su poder fertilizador. Las funciones más importantes eran el abastecimiento del Agua Sagrada y el cuidado de la llama Sagrada que representa la luz lunar, que no debía extinguirse jamás. En muchos lugares, las sacerdotisas recibían supuestamente la Energía Fertilizante de la Deidad en beneficio de toda la comunidad.
Por su aparente conexión con los ciclos femeninos de la “sangre lunar” (menstruación) que daba vida a cada humano que estuviera en la matriz, la luna se convirtió en el primer símbolo universal de la Diosa Madre. El nombre griego de Europa, madre eponímica de la Europa continental, significa “luna llena” y proviene del título de Hera o Io como la blanca Luna-vaca, y también de otras versiones de la diosa como Demeter y Astarté.
Fuente de innumerables mitos, leyendas y con la imagen de diversas divinidades (Isis, Ishtar, Artemis, Diana, Hécate…), la luna es símbolo cósmico que se ha extendido a todas las épocas, desde tiempos inmemoriales hasta nuestros dias, de uno a otro horizonte.
A través de la mitología, el folklore, los cuentos populares y la poesía este símbolo concierne a la divinidad de la mujer y a la potencia fecundante de la vida, encarnada en las divinidades de la fecundidad vegetal y animal, fundidas en el culto de la Gran Madre (Mater Magna).
Al-Mah, la luna, fue una deidad principal de Persia cuyo nombre se convirtíó en el nombre hebreo Almah, “mujer núbil”: nombre que los cristianos han insistido en traducir como “virgen” cuando se aplica a la madre de Jesús. Otro derivativo fue el latín alma-mater, “alma-madre” viviente del mundo.
Los romanos reverenciaban la primordial Luna Madre como Luna o Mana (Manía), madre de los espíritus ancestrales arcaicos llamados manes, anualmente propiciados en el festival Manalia. La misma Diosa Mana regía en la arcaica Escandinavia, en Arabia, y el Asia central. “Mana” viene del sánscrito manas, “mente” un atributo de Ma, la madre primordial; estaba también relacionado con el latín mens, significando ambos “mente” y “luna” y también una cualidad misteriosa de poder espiritual: nu-men.
Esta corriente perdurable y universal se prolonga a través del simbolismo astrológico, que asocia al astro de las noches la impregnación de la influencia maternal sobre el individuo en cuanto madre, alimento, madre-calor, madre-caricia madre-universo afectivo. Para el astrólogo, la luna testimonia, en el seno de la constelación del nacimiento del individuo, la parte del alma animal, representada en esta región, donde domina la vida infantil, arcaica, vegetativa, artísticas y anímica de la psique. La zona lunar de la personalidad es esta zona nocturna, inconsciente, crepuscular de nuestros tropismos, de nuestras pulsiones instintivas.
Es la parte de lo primitivo que dormita en nosotros, viva aún en el sueño, las ensoñaciones, los fantasmas, lo imaginario, y que modela nuestra sensibilidad profunda. Es la sensibilidad del ser íntimo librado al encantamiento silencioso de su jardín secreto, de la impalpable canción del alma, refugiado en el paraíso de su infancia, replegado en si mismo, acurrucado en un sueño de la vida, sino librado a la embriaguez del instinto, abandonado al trance de un escalofrío vital que lleva su alma caprichosa, vagabunda, bohemia, fantástica, quimérica, al gusto de la aventura.
Durante milenios, el ser humano ha vivido armoniosamente acompasado a los distintos ritmos de la Naturaleza. Nuestros antecesores, ayudados por calendarios solares y lunares, conocían las energías e influencias de la Naturaleza, y aplicaban dicha sabiduría en la vida cotidiana. La Luna, como portadora de fertilidad, desempeñaba un papel muy importante, junto a otros astros, en el campo de la agricultura, llegando a recibir el nombre de “Madre y Señora de las Plantas”. Su influencia no sólo se ha considerado favorable, sino indispensable para el crecimiento del Reino vegetal.
La Luna, como portadora de fertilidad, desempeñaba un papel muy importante, junto a otros astros, en el campo de la agricultura, llegando a recibir el nombre de “Madre y Señora de las Plantas”. Su influencia no sólo se ha considerado favorable, sino indispensable para el crecimiento del Reino vegetal. En múltiples culturas, como representante de esta fuerza fertilizadora, o bien como Deidad de fertilidad, se le ofrecían plegarias previas a la siembra y la recolección; era también habitual la recogida de plantas medicinales en determinadas épocas, cuando contienen mayor cantidad de sustancias activas.
Las tradiciones lunares continuaron siendo asociadas con las mujeres durante la Edad Media. En el folklor y las baladas puede observarse que las mujeres eran animadas a rezar por favores especiales no a Dios sino a su propia deidad, la Luna Madre, para quien cocinaban panes de avena. También los oponentes de Jeremías continuaron cocinando pasteles para ofrendar a la Reina del Cielo (la luna) sin importar las fulminaciones del profeta acerca de ella (Jeremías 44:19); de la misma forma las mujeres de la Europa cristiana cocinaban pasteles a la luna, que los franceses llamaron croissants –crecientes– por su forma lunar.
Para la doctora Harding, el símbolo de los misterios femeninos mitificados es la Luna. En muchos pueblos abundan los vocablos que significan a la vez luna y menstruación, esta misma palabra quiere decir “cambio de luna”, pues mens se refiere al mes como medida de tiempo por los ciclos lunares. Para el hombre primitivo, el Sol es masculino y la Luna femenina, idea vigente en tribus de América, África, Australia y la Polinesia en la actualidad. Según los pueblos más primitivos, la Luna es una presencia benéfica cuya luz se considera indispensable para la germinación; es una fuerza fertilizante de eficacia general sin la cual ni los animales tienen crías ni las mujeres pueden tener hijos.
No sólo se creía que la Luna era la causa del embarazo de las mujeres, sino que además las protegía y se invocaba su ayuda en el momento del parto. La Vieja Madre es, en verdad, un título general de la Luna, y sus poderes fueron desde un principio ambivalentes: unos benéficos y otros maléficos. Eran simbolizados por la Serpiente, que tenía prestigio por su capacidad de autorrenovación, igual que la Luna y la mujer en sus ciclos.
Campbell cree que el culto a la Luna fue sustituido por el culto al Sol y a los dioses masculinos. Afirma también que el hecho de que la Gran Diosa Madre haya sido relegada, insultada, sustituida, y asesinada por sus propios hijos en la mitología griega sigue actuando como oponente en el inconsciente de la civilización actual, lo que ha creado una especie de neurosis de evitar todo lo que ella representaba (vida, fertilidad, sentimientos) y ha reducido nuestro pensamiento a pares de elementos (masculino/femenino), en los que uno prevalece sobre el otro, declarándose superior y conformando dimensiones jerárquicas que generan desigualdades.
Pero hacia finales del siglo XIX el conocimiento de estos ciclos naturales cayó irremediablemente en el olvido. Se creyó que se podía ignorar la sabiduría de los antepasados y el respeto de estos ritmos naturales pasó a considerarse algo superfluo. Este olvido se ha heredado hasta nuestros días y nos hemos entregado a un uso exagerado de todo tipo de máquinas agrícolas, fertilizantes y pesticidas. Hemos elevado la comodidad a corto plazo a la más alta jerarquía. En el vértigo de la sórdida vida consumista creemos poder superarlo todo, incluso a la propia Naturaleza, pero olvidamos que irremediablemente formamos parte de ella.
FUENTES:
- https://santuariodelalba.wordpress.com/2016/05/16/la-luna-y-la-gran-madre/
- Wikipedia
- Luna (Jean Chevalier – Alain Gheerbrant, diccionario de símbolos)
- Walter G., Barbara. “Moon”, The Woman’s Dictionary of Symbols and Sacred Objects. San Francisco: Harper San Francisco, 344-5.
- El influjo de la Luna, Dr. Arnold L. Lieber. Ed. Edaf.
- Los misterios de la Luna, Henri Premont. Arias Montano Editores.
- La influencia de la Luna, Johanna Paungger y Thomas Poppe. Ed. Martínez Roca.