Soñar, despertar… un sueño es sueño porque pertenece al mundo de las ideas. Por una parte es fruto de nuestra imaginación, de nuestros instintos más primarios. Pero por otro lado, nos permite despertar la conciencia en una realidad no sensible.


El proceso del sueño me gusta compararlo con una pequeña muerte de nuestra conciencia, pues ésta se somete al mundo onírico, pierde el control del mundo material y se sumerge en un mar de sensaciones abstractas que, a priori, parece carecer de sentido. Y digo parece porque sólo es una cuestión de apariencia, de semejanza, de creencia. Tendemos a creer lo que percibimos a través de nuestros sentidos (vista, oído, olfato, gusto, tacto…) obviando todo lo que queda fuera de los límites de la percepción. Y, ¿cuáles son estos límites? Aunque estadísticamente se han establecido unos umbrales de normalidad, ciertamente cada persona tiene sus propias capacidades, sensaciones, y conoce sus propios límites, o debería conocerlos. La gran mayoría de las personas tiene capacidades incognoscibles, pero tendemos a creernos los límites que nos programan desde pequeños.

Por ejemplo, los clarividentes. Esta personas tienen la capacidad de ver con absoluta claridad más allá del presente, puede ver el pasado o el futuro, o versiones plausibles de ambas. También son capaces de “ver” más allá de lo terrenal. Algunos pueden ver con claridad lo que conocemos como mundo astral o mundo de los deseos, donde vagan muchas almas en tránsito tras su desencarnación. Otros van más allá, y son capaces de ver el mundo etérico, mucho más sutil que el astral. Otros pueden ver el campo energético, más sutil aún. Hablando en términos de física, existen personas capaces de percibir el mundo de luz ultravioleta (más allá del violeta, alta frecuencia) y el mundo infrarrojo (más allá del rojo, baja frecuencia).

Lo mismo sucede con el sonido, que se fija entre un mínimo de 20 Hz y 20.000 Hz, lo que no evita que existan personas capaces de escuchar la frecuencia a la que vibra la Tierra (8 Hz). Existen personas capaces de percibir olores concretos dentro de un mar de fragancias, o de saborear un ingrediente específico añadido dentro de un guiso. Incluso también existen personas que sienten caricias en la piel cuando nadie ni nada (material) les está tocando.

Gracias a los catadores de bebidas y comida y grandes cocineros, sabemos que el olfato y el paladar puede trabajarse, aunque existan personas que vienen con estas cualidades. Pues de la misma forma podemos trabajar la clarividencia, la clariaudiencia, o la sensibilidad del tacto.

A través de todos estos sentidos somos capaces de traer a tierra sensaciones, recuerdos o experiencias que pertenecen al mundo astral o mundo onírico.


A menudo confundimos los sueños con los deseos nacidos de nuestro ego. Los sueños que creemos que mueven los hilos de nuestra vida, los motivos por los cuales luchamos día a día, aquello que nace del mundo de los deseos, que también se corresponde al mundo astral, pero tienen distintas naturalezas. El mundo de los deseos es la región más baja del mundo astral, aquello que nos arraiga al mundo material y, en ocasiones, no nos permite sentir el mundo con todos los sentidos. Todo lo nacido del mundo de deseos nos atrapa en la Matrix.

Desde hace algún tiempo, los sueños han dejado de serlo ante la posibilidad de materializarse. Eran sueños materiales en los que los metales eran lo único que nos alejaba de ellos. Hoy por hoy, hay quien cree que puede comprar sus sueños, pero una vez que se han materializado, abandonan su naturaleza de sueño pues ya no pertenecen al mundo de la imaginación, de las ideas. Se ha convertido en una realidad, y la realidad coexiste junto a los sueños, pero en un plano distinto. Cuando creemos que nuestros sueños están cumplidos, ¿qué nos queda? ya no tenemos el motivo que anteriormente nos guiaba, y pueden entrar en juego otros motivos, otros sueños, o deseos. Y así podríamos estar toda la vida, hasta que, al final de nuestros días, comprobar que no hemos vivido y, que aquello que llamábamos sueños, no son tal. Ya no quedan ilusiones por las que vivir, tendemos a revisar el pasado para remendar los errores cometidos, el único sueño realmente verdadero y que con certeza, seguirá siendo un sueño: lo que hoy conocemos como Vigilia.

sueños y vigilia

Comentaba al principio que cada vez que soñamos es una pequeña muerte. Cambiemos la forma de denominarlo. Cada vez que soñamos se produce una desencarnación, y cada vez que despertamos, regresamos nuevamente a nuestro cuerpo. Existe lo que conocemos como cordón de plata, que une el cuerpo físico con los cuerpos sutiles, de forma que siempre encontrará el camino de regreso. Cuando llega la hora de la gran desencarnación, este cordón de plata se rompe, pues ya no existe motivo para regresar al cuerpo, hemos completado nuestro portafolio de experiencias, y llega el momento de transitar el camino de regreso para integrarlas definitivamente.

En cada nuevo despertar se produce un cambio de conciencia, pues sumado a los recuerdos de nuestras experiencias terrenales, sumamos aquello que soñamos a modo de respuestas o ayuda que quedan normalmente en el subconsciente, pero no por ello olvidado, tan sólo dormido, archivado, a la espera de un activador que lo haga salir a la luz.

Este es el verdadero secreto de la vida y la muerte. No existe la vida, ni tampoco la muerte, y a su vez, ambas son  percepciones de una misma verdad.


Artículo original escrito el 02 de Junio de 2009 bajo el título “Dormir, Soñar…”

 

Reeditado el 12 de Abril de 2019 bajo el título “Soñar, Despertar…”.

 

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